El hombre satisfacía sus necesidades donde y cuando ellas se lo exigieran. Pero una vez que se volvió sedentario, se le planteó una necesidad nueva: la de deshacerse de sus desperdicios tan lejos como le pidiera su nariz pero tan cerca como exigiera su sistema digestivo.
He aquí que por qué el inodoro, o retrete, aparece temprano en la historia, y tuvo un gran impacto en la sociedad en todo el mundo.

Para las civilizaciones antiguas de Egipto, Grecia y Roma, el baño adquiría connotaciones religiosas, que se entrelazaban con el placer, la ostentación de la riqueza (grandes palacios, oro y marfiles), legiones de esclavos y también con la utilización de aceites y esencias aromáticas.
El período comprendido entre los siglos V y XV DC fue oscuro para la higiene. Las calles estaban llenas de excrementos por todas partes. Como el cavernario, el hombre daba alivio al cuerpo en esquinas, ríos y árboles.
En el año 1596, se instaló para Isabel de Inglaterra una versión ideada por un cortesano de Bath, sir john Harrington, ahijado de la reina. Este caballero se sirvió del aparato, que él denominaba “retrete perfeccionado”, para recuperar el favor de la soberana, que le había desterrado de la corte por hacer circular novelas italianas picantes.
El diseño de Harrington era bastante complejo en muchos aspectos. Incluía una alta torre de agua que remataba la estructura principal, un grifo accionado a mano que permitía al agua fluir en un depósito, y una válvula que vaciaba los detritos en un albañal cercano.

Alexander Cummings registró la primera patente de un inodoro, a cuyo diseño hizo importantes aportes, en Inglaterra, en 1775.
Los adornos eran parecidos a los de las vajillas, lo que hacían del retrete una pieza de auténtico lujo. Esta costumbre se abandonó entrado el siglo XX. En contraste no se han agotado los esfuerzos por hacer del inodoro una pieza de alta tecnología, con innovaciones que van desde los asientos precalentados hasta los "asistidos", que ayudan a separar las partes traseras del usuario